20/01/2007






LAS TRANSNACIONALES Y EL IMPACTO AMBIENTAL Y ALIMENTARIO EN COLOMBIA

Comentaba Juan, un humilde campesino, que la impresión que sintió al ver desde la ventanilla del ómnibus a cuatro hombres pálidos, cargando un ataúd en mitad de un río convertido en camino de piedras no solo fue de miedo, sino que lo sumió en una profunda nostalgia, llena de presagios y silencios.

El desgraciado pasajero del ataúd, un nuevo asesinado, y el “camino de piedras”, un río inmolado por las transnacionales.

Colombia es otro territorio del planeta que se suma a tantos otros, que con la sequía de sus ríos ven palidecer su biodiversidad.

Somos el cuarto país del mundo, después de la otrora Unión Soviética, Canadá y Brasil, con mayor disponibilidad de agua por unidad de superficie.

A pesar de que aún disfrutamos de abundantes fuentes hídricas, de continuar el Estado colombiano y las transnacionales destruyendo criminalmente nuestro ecosistema, se prevé que para el 2025 el 69% de la población estará afrontando escasez de agua potable.

La degradación de las cuencas hidrográficas en Colombia es preocupante y alarmante, pues este desastre trae efectos colaterales de carácter estratégico, ya que dichas cuencas proporcionan vitales recursos como el agua, los peces, bosques y suelos.

Así lo han demostrado las investigaciones y la práctica, por eso el juicio de responsabilidades y la culpabilidad dictaminada por el Tribunal Permanente de los Pueblos, Capítulo Colombia, a estas empresas.

Coca Cola, Pepsi Cola y la Nestlé, han sido declaradas culpables de usar irracionalmente el agua, de contaminar los ríos y fuentes del vital líquido con el derrame de residuos químicos y orgánicos de sus plantas, en su despiadada competencia por el control del mercado de refrescos.

Hacia el futuro Coca Cola ya tiene planeado que obtendrá más dinero por la venta de agua, que por su producto tradicional.

En la India, por ejemplo, las fábricas de Coca Cola se entregaron de lleno a bombear toda el agua del subsuelo, quitándole al campesino la posibilidad de cultivar la tierra.

En cuanto a la explotación del petróleo, los daños al medio ambiente han sido desastrosos y amenazan la sostenibilidad de la vida en diferentes regiones. Prueba de ello, es la desaparición de la Laguna del Lipa, el secamiento de los ríos Charte, Unete, Cravo Sur y Cusiana (en el Departamento del Meta al centro oriente de Colombia).

Estas situaciones producidas por el vertimiento de aguas contaminadas en la cuenca del río Arauca, el bombeo de agua pura del subsuelo, la deforestación causada por las actividades petroleras, la generación de gases contaminantes que han dañado cientos de hectáreas en cultivos, también han modificado el régimen hidrológico en este departamento.

Semejantes atropellos también son cometidos por la Texas y ECOPETROL en el Putumayo, Shell y Texaco en los Santanderes (al nororiente del país) y la Chevron y Texaco en el Tolima y en el Meta.

Respecto a las minas de carbón del Cerrejón, en la Guajira (al norte de Colombia), su excavación está implicando que anualmente se remuevan por lo menos 150 millones de toneladas de tierra, dejando grandes cráteres que ya perjudican gravemente a campos y ríos.

La incontrolada explotación de esta mina por la transnacional Drummon, ha causado el secamiento y la contaminación gradual del río Ranchería, fuente importante de agua para esta región del Caribe colombiano.

Esta depredación se agudiza por la presencia diaria del polvillo de carbón, el cual está aniquilando cultivos y afectando la pesca por la contaminación atmosférica, así como generando enfermedades pulmonares, oculares, epidérmicas y malformaciones fetales.

El oro colombiano es igualmente atractivo para los apetitos de las transnacionales, pues son sabedoras de que nuestro país posee las más importantes vetas del continente. El saqueo de este recurso se lo disputan, Corona, Goldfiels, BMR, American Gold Corporation, Grey Star, Platinum Western, y la Anglogold.

Igualmente la explotación irresponsable de este preciado recurso es generador de consecuencias funestas para la sostenibilidad de la vida, en el sentido más amplio de este sagrado derecho.

Manifiestan los expertos que el uso de cianuro y mercurio en el proceso de limpieza y extracción del metal, acidifica el suelo y afecta la capa vegetal, y que los residuos de estas sustancias venenosas caen a los ríos imposibilitando el uso del agua.

Son cientos los casos de intoxicación y de secuelas en niños y adultos como inflamación de la tiroides, lesiones en el nervio óptico e hipertensión, por las aguas contaminadas con el cianuro y el mercurio.

Esta triste realidad la tienen que vivir a diario campesinos y mineros del Sur de Bolívar, el Nordeste antioqueño, centro y sur del Chocó, norte de Risaralda, sur del Tolima, Vaupés y Guanía.

Hoy Juan el campesino ha cambiado la nostalgia por la esperanza y el silencio por la organización, la denuncia y la lucha.

La esperanza es que todos entendamos que la defensa de la soberanía conlleva la urgente necesidad de salvaguardar el agua, elemento vital para la todos los seres vivos que habitamos y habitarán nuestra Colombia.
Nuestras cuencas hidrográficas dependen de la acción liberadora que los colombianos emprendamos para que ellas no mueran de sed y puedan alimentar a todo el ecosistema.

Protegerlas significa hacer la lucha frontal contra las transnacionales que se han propuesto convertir el agua en mercancía de estricto control de la empresa privada, peligrosa iniciativa que cuenta con el auspicio de Uribe Vélez.

Este mismo gobierno ha venido adelantando la fumigación con glifosato y otras sustancias en cuencas hidrográficas y parques nacionales, con daños graves para el equilibrio ecológico, la reserva forestal y los cultivos.

La tragedia del agua mercantilizada, tiene hondas connotaciones. El uso irracional de este recurso la ha convertido en un elemento vital no renovable.

Ya todos sabemos que a mediano plazo la lucha por la obtención de este estratégico recurso será motivo de conflictos y guerras que superarán a las que se hacen actualmente por el robo del petróleo.

Todo ser vivo en el tercer mundo podrá subsistir sin petróleo, pero no sin agua. Nuestra lucha en Colombia por la defensa de las cuencas hidrográficas, tendrá que articularse a la que se adelanta en el continente y en el planeta.

No olvidemos que la tierra solo tiene el 1% del total del agua disponible para el consumo humano, que es la que nos dan los ríos, los lagos y las aguas subterráneas.

La codicia de la globalización neoliberal hace rato que tiene en la mira a ese 1% del agua disponible para el uso humano, que como bien común es nuestro, de todos y para todos.

Por lo tanto, frente a esa avaricia transnacional, culpable de participar en delitos de lesa humanidad en complicidad con el Estado colombiano, servil y terrorista, tenemos que librar la gran batalla.
Es la lucha justa por nuestra soberanía nacional, es la disputa por la salvaguardia y la conservación racional del agua, elemento fundamental para la vida y la dignidad.

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